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“El recuerdo de Anderson no se borrará de nuestros corazones”

A punto de cumplirse un mes de la explosión en la Estación San José, que dejó seis policías muertos, para las familias de Anderson Cano Arteta y Yossimar Márquez Navarro, los dos patrulleros que residían en el Atlántico, todos los días son iguales al del atentado.

Redacción Baranoa Hoy

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La casa del policía en Baranoa fue pintada de blanco tras su muerte. HANSEL VASQUEZ

En su piel está grabado con tinta negra el nombre de Anderson en medio de dos alas; debajo se lee la frase: “Hasta la próxima vida, mi amor”. Hace un mes, a ella un atentado terrorista le quitó a su esposo y padre de sus dos hijos –una niña de tres años, que tiene los ojos achinados color agua de panela, y un bebé de tres meses, “que es su misma estampa”–; a ellos les quitaron a su papá. A Nicolasa le quitaron al segundo de sus hijos, y a Reiny, Diana y Juan les quitaron a un hermano.

Karina Mariño es una tameña (Tame, Arauca) de piel blanca y cabello cobrizo que enviudó a los 29 años. Era la esposa de Anderson René Cano Arteta, uno de los seis policías que murieron en la Estación San José, tras la explosión de las bombas activadas por milicianos del Eln, el 27 de enero. En su brazo está tatuada una promesa de amor que espera cumplir. “Con esto le confirmo que nos vamos a volver a encontrar, porque con su partida a mí se me acabó la vida”, dice mientras con la yema de los dedos soba el tatuaje, que se hizo después de su muerte y que ahora mojan sus lágrimas.

Su historia juntos comenzó hace cuatro años a través de las redes sociales, cuando el baranoero se hallaba en ese municipio araucano sirviendo como policía. “Nosotros empezamos a hablar y luego a salir. Me acuerdo que viajamos acá para que yo conociera su familia. El 19 de enero de 2015 estábamos en una finca cuando Anderson empezó a gritar de la emoción porque le avisaron que le había salido el traslado. Lo que más quería era estar cerca de su familia, de su mamá y de sus hermanos”, recuerda Karina, sentada en uno de los muebles de la casa de su suegra, donde ahora vive.

En esa casa del barrio 20 de Julio de Baranoa la puerta está abierta de par en par. Hace unos meses estaba pintada con muchos colores, dibujos de carnaval y con el nombre “Kenia” escrito en tonos fluorescentes, porque ahí vive la que fue reina central de las fiestas del municipio; hoy es blanca, y el jolgorio que se sentía en su interior se transformó en dolor.

Al final del pasillo, siguiendo la pared que tiene colgado un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús que mira hacia la calle, está el patio. Allí varios integrantes de la familia y amigos del ‘Chino’, como llamaban a Anderson, están reunidos llorando y recordando. La casa está llena, la gente entra derecho al patio, y también sale. “Cada día que pasa es peor, yo recuerdo a mi hijo a cada instante. Todo me lo trae a la memoria: el carnaval, la música, él era muy fiestero, y el otro año será más duro”, dice Nicolasa Arteta, su madre.

Con un paño blanco se limpia los ojos: no puede dejar de llorar y su voz sale con dificultad. Hiperventila y vuelve a secarse las lágrimas. “Ahorita me estaba riendo en la cocina con mi otro hijo, estábamos pensando en todo lo que Anderson habría hecho en este carnaval”, agrega Nicolasa.

En la casa había dos picós que amplificaban sus canciones favoritas cada vez que estaba de descanso. “Esos los desarmaron. Aquí no se escucha música porque no la soporto, me da muy duro”, comenta la mujer.

–Tú sabes esa canción de Diomedes que dice: Hija, yo te quiero mucho, no lo olvides en el mundo, que tú debes conquistar. Lo mismo Trato, del Joe, y esa que dice y que: Loco, me llaman loco, son temas que no puedo escuchar ni a lo lejos, se me parte el alma.

Cuando Nicolasa habla, Salomé, la hija de Anderson, no le quita la mirada. Ella no comprende que a su papá lo asesinaron en un ataque ejecutado por la guerrilla, tampoco sabe que cinco compañeros policías fallecieron a causa de las bombas, y que ese grupo al margen de la ley le quitó la oportunidad de crecer con él. A ella le dicen que ahora su papá está “trabajando en el cielo con el Niño Dios”.

“Ella mira todas las mañanas hacia arriba porque el cura de la iglesia me pide que le hable de Dios. Cuenta que su papá está en el cielo y le habla todo el tiempo, le dice: Papi, ya me bañé, ¿cómo me veo?, ya me voy para el colegio. Mira una foto de él en el celular y le da un beso. A veces llora mucho porque le hace falta y a nosotros se nos quiebra el corazón”, comenta Nicolasa.

La ausencia de Anderson se hace más “insoportable” con los días, su esposa siente que no tiene fuerzas para seguir, y su mamá, tías y hermanos no dejan de pensar por qué tuvo que morir así. “Ese día era la Guacherna de Baranoa y la niña se había quedado a dormir con la abuela, que la iba a llevar al desfile. Yo estaba en el apartamento con el niño y con Anderson. Se levantó temprano y antes de irse para Barranquilla pasó por donde su mamá para dejarle el dinero de la leche de ‘Salito’. Le dijo a la señora Nicolasa que más tarde volvía. No regresó”, recuerda Karina.

En Tibasosa, Boyacá, Reiny, el menor de los hermanos, estaba de servicio como policía en un grupo nacional contra la minería ilegal cuando leyó en su celular que había ocurrido un atentado en Barranquilla. “Anderson se graduó del colegio y se matriculó en una clase de sistemas, pero no le gustó y se salió. Decidió que él quería ser policía, y yo le seguí los pasos”, comenta.

El parecido físico entre Anderson y Reiny es notable: son de ojos rasgados y tienen la misma contextura, su color de piel es similar y el amor por la institución también es un factor común. “El día ese estaba desayunando a las 6:30 de la mañana cuando llegó el reporte del atentado en San José, yo dije que gracias a Dios mi hermano no formaba allá, sino en Cisneros. A las 6:50 me llamó Juan a decirme que el ‘Chino’ había caído en el ataque, que estaba grave y que le iban a amputar una pierna. Me mandaron una foto de él malherido y con eso supe que ya estaba muerto”.

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– Me dio una cosa que me bajó de la cabeza a los pies. Fue horrible. El impacto de la noticia como tal es indescriptible. Todavía creo que es una pesadilla.

Tras conocer su muerte, el abuelo materno del ‘Chino’ sufrió una isquemia cerebral y su salud se deteriora con los días. “Mi papá me dice que por qué no se murió él primero, que por qué tuvo que ser Anderson”, añade Nicolasa.

De repente Salomé se queda viendo hacia arriba y dice: “Papi, ¿cómo me veo, papi? ¿Papi, me estás viendo? Mi papá está trabajando en el cielo con el Niño Dios”, mientras lo busca con sus ojos “rojos”, como dice tenerlos.

“Cada día es peor. Yo estoy aquí pero siento que voy a salir corriendo, quiero encerrarme en algún lado y no volver a salir. Estoy aquí por mis hijos, no los puedo dejar porque me  duele. A mí me arrancaron la vida por completo. Hay veces que digo que me rindo, que no puedo más”, dice la madre de ‘Salito’. Sus manos temblorosas desempañan sus ojos mojados por la tristeza, pero al mismo tiempo se tiene que reír para que Salomé no se angustie.

“Él amaba a sus hijos, era un papá extraordinario, no tengo queja alguna porque su amor eran Salomé y Emiliano. Yo soy muy débil, pero han pasado tantas cosas. Dicen que el tiempo lo cura todo, pero a medida que pasa, el dolor es más insoportable”, comenta la mujer del ‘Chino’.

Su debilidad eran las chuletas y los fritos, le gustaba la música a todo volumen, el Junior y soñaba con comprar la casa que colinda con el patio de su mamá para hacer una grande donde vivieran él y su familia con sus cuatro tías, que lo criaron, su mamá, hermanos y toda su gente.

“He soñado con él. Lo veo, lo siento, en el último me habló. En un sueño lo vi cabizbajo, como triste y preocupado. Pero ayer lo vi como estaba cuando descansaba, en pantaloneta y suéter, en la casa de Tame, estaba acostado en la cama y yo recostada en sus piernas y me decía: Te amo, te amo mucho. Ahí me desperté. Eso duele aún más”.

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